26 de agosto de 2007

Artículo de Opinión publicado en Le Figaro el 4 de Agosto de 2007.

DELINCUENCIA Y CASTIGO: UN FALSO DEBATE

Jean-Michel Quillardet Gran Maestro del Gran Oriente de Francia

Se puede compartir únicamente el objetivo de todo gobierno al respeto de la paz pública, la represión de los atentados del orden público y la resorción de la delincuencia, podemos, en cambio, inquietarnos por una nueva orientación del conjunto de nuestro sistema judicial que tiende a revolver el equilibrio fundamentado únicamente en el castigo, la supuesta terapia necesaria para el apaciguamiento de los miedos colectivos.

Bajo la influencia de la filosofía de las Luces, el sistema judicial francés anteriormente había tenido una visión humanista en la que la institución judicial debía apoyarse en la sociedad y con respecto a sus marginales. ¿Cuáles son en efecto las causas de la delincuencia?

Todo el mundo sabe que hay unas causas que valoran la naturaleza humana y que pueden ser explicadas sólo por psiquiatras: se trata de disturbios graves de la libertad y de la voluntad que jamás serán extirpados por la ejemplaridad de la represión ya que esta delincuencia, en la mayoría de los casos sexual, está encardinada en el corazón de un cierto número de hombres que no pueden dominar sus instintos y sus impulsos. Otra causa indiscutiblemente es social: no nos preguntamos nunca esta desigualdad constante y flagrante entre el dinero fácil distribuido con fluidez y este peculio débil ganado con el sudor de su frente.

Millones de euros ganados de golpe en la Bolsa, recibidos cada mes como salario porque se dirige una empresa o que se es, a menudo por el azar de la existencia, una estrella de la televisión o del cine y un salario mínimo que no llega en Francia a los 1.500 euros, por el que millones de hombres y de mujeres se afanan ¡Qué cada día hay que ganar! Cuando una sociedad nos pone en el corazón de la sociabilidad el éxito por la pasta, no nos asombremos entonces que algunos para tener éxito lleguen hasta el acto delictivo. Por cierto, hay que combatir las mafias, las redes de tráfico de estupefacientes, de trata de humanos y del proxenetismo y que es necesario sancionar. Pero esto no constituye el lote común de la delincuencia que atesta las salas de los Tribunales correccionales y los tribunales de última instancia.

Hay muchas causas sociales, causas vinculadas a la integración, unidas así al hecho como que el ascenso social ya no funciona y que progresar en la sociedad hoy es cada vez más difícil.

No es justo. Encerrando, sancionando y castigando a esta delincuencia no disminuirá. Bien al contrario: cada uno sabe que la prisión, particularmente para los jóvenes, es criminógena y que los encerrará un poco más en el ciclo de la desviación social. Pensar que la supresión de toda amnistía y de toda gracia, el aumento de las penas mínimas, el fin de la excusa de minoría, tendrán un efecto de ejemplaridad y qué la delincuencia disminuirá es totalmente inexacto y únicamente tiene por objeto el hacer creer que hay un lado, el bien y, el otro, el mal y que no conviene reparar el mal, pero si alejarlo de la sociedad bienpensante en la noche negra de las prisiones. Lo que no impedirá, evidentemente, aumentar a la delincuencia.

Los humanistas pueden sólo inquietarse por una política judicial que respondería primero a la voluntad represiva del instinto popular para resolver su miedo antes de responder a la sola cuestión, a nuestro sentido, digna del humanismo: luchar contra la delincuencia respondiendo a las causas estructurales, fundamentales de esta delincuencia.

La individualización de las penas, la humanización de los tratamientos, la prevención y los derechos de la defensa son los fundamentales del sistema judicial humanista y republicano. Incluso estando contra la opinión pública, hace falta siempre reafirmarlos.

1 comentario:

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